Por: Alejandro Ortiz Tapia
Un maratón casi perfecto. Así resumiría toda esta experiencia, todo el ciclo de entrenamiento de meses, del montón de kilómetros recorridos y suelas desgastadas, días felices de correr y días en los que no quería entrenar.
¿Qué chingados te volvió a pasar cabrón?
Fue mi pensamiento cuando llegué a la milla 24 (38km). El muslo de la pierna derecha se me acalambró de tal manera que me hizo parar. Paralizándome completamente por alrededor de 5 minutos. — Por cierto, no sé si a lo que yo le digo el muslo es una descripción suficientemente buena y lo terminé googleando: Resulta que se dice músculo isquiotibial (parece que no fui a la preparatoria).
Aquí mero fue donde me dio el pinche calambre.
Confieso que ese calambre precisamente es el que le pone el ‘casi’ junto al ‘perfecto’ en el resúmen de este Maratón. Eso que los Mexicanos lo llamaríamos como la caca en el pastel.
Una vez más sentí la impotencia y frustración de ver como el reloj seguía mientras mi cuerpo llegaba a su límite. Tenia una meta en mente: terminar en 3 horas y 30 minutos, que requería correr cada milla en menos de 8 minutos y la dejé pasar en los últimos kilómetros de la carrera.
Pero el maratón siempre te enseña algo nuevo pues a final de cuentas es una perfecta parodia de nuestra vida.
Así que muy a pesar de mi frustación, respeté el dolor de mi cuerpo y dejé que pasara la contractura. Traté de estirar la pierna usando un hidrante que estaba muy cerca, pero el dolor me hizo gritar aventándome para atrás y caer de pompas en la acera peatonal. Donde dejé que el calambre continuara, sabía que no había nada que podía hacer. Fue pasando poco a poco y me regreso un par de veces. Mire el reloj viendo como el mejor tiempo de mi vida se me iba entre los dedos: Iba con un ritmo para terminar en 3:28, ya después del calambre con mucho esfuerzo podría correr lo mismo que NYC el año pasado.
La rosa 🌹 que traía en mi short cobró el significado más chingón: sentí ese levantón que sólo algo fuera de lo común te lo puede dar, sólo un evento extraordinario. Me puse de pie, estiré la pierna (en este punto de la carrera dejé de ver el reloj), masajé un poco el muslo y comencé a caminar poco a poco, fue una sensación extraña, sabía exactamente lo que tenía que hacer para terminar esa carrera: tratar de trotar/correr la última parte sin forzarme para no terminar acalambrado nuevamente. Llegué a la estación de hidratación más cercana, tomé dos vasos de agua mientras caminaba y trataba de razonar y entender — si es que te queda algo de razón en la milla 24.5 de una maratón — lo que era esa energía que sentía a mi alrededor. ¿Estaba alucinando?
Chequé mi ritmo cardiaco para asegurarme que podía seguir corriendo y seguí mi camino, 2 millas (3 kilometros) dónde sentí que la energía extra que tenía no venía complemente de mi. Fue nuestra abuelita Connie Pearson (que un mes antes de la carrera había dejado su forma terrenal).
Terminé el maratón con una sonrisa enorme, sabiendo que estuve muy cerca de aniquilar mi meta, sabiendo que en el momento más difícil no estuve sólo, sabiendo que tengo que seguir trabajando en mis límites físicos pero sobre todo sintiendo una enorme felicidad que hizo valer la pena todos estos meses de preparación.
Hannah 👩🏼 también corrió una excelente carrera a un paso por debajo de lo que ella esperaba. Felicidad total.
AQUÍ EL ALBUM DEL VIAJE:
Gracias a todos mis amigos por el apoyo y a mi familia por ser el motor de cada uno de mis días.
🥝 🏃🏻!
¡No olviden salir a correr!
🇲🇽 🏃🏻🏃♀️💨