Por: Alejandro Ortiz Tapia
Crecí en el seno (jajaja seno) de una familia Católica por lo que fui bautizado, confirmado y eventualmente hice mi primera comunión estando completamente convencido de lo que hacía. Estudié mi secundaria y preparatoria en una escuela católica (Salesiano) y en algún momento antes de la preparatoria estaba convencido de que quería dedicar mi vida a Dios y al sacerdocio. El seminario parecía una buena opción en ese momento pero dejó de serlo unos meses después.
La religión (desde el punto de vista filosófico) le da significado a la vida ayudándonos a responder preguntas existenciales y ha acompañado al hombre en todas las civilizaciones del mundo. Lo triste es que dejó de ser un momento de comunión espiritual para convertirse en una plataforma de ver quién tiene la razón y de convencer al otro de que aquello en lo que yo creo es la única verdad. Así que pasaron los años por mi y actualmente no voy a ninguna iglesia. Cuando alguien me pregunta mi religión trato de evitar el tema como evitó las conversaciones de política, no porque le tenga miedo al debate sino porque mi comunión con Dios ha cambiado fondo y forma...
Para ir a la iglesia y convivir en ese estado de paz total ahora me pongo mis tenis y salgo a correr diario, miro al cielo, respiro y comienzo esa platica con esa fuerza que mantiene las cosas moviendo. No trato de comprenderlo ni trato de vender la idea a alguien más como única verdad, me hace feliz y encuentro a Dios en cada paso. Lo siento a mi alrededor.
La única manera que podría describir esta comunión de mi mente y de mi cuerpo es como ir a misa.